Esta ilustración es para una exposición organizada por la AGPI (asociación galega de profesionais da ilustración) que tiene como temática central EL MIEDO.
Hice el dibujo y mi buen amigo ANXO CUBA hizo el texto. A continuación lo podeis leer...
MIEDO, PÁNICO, TERROR
(soy un hombre y tengo miedo)
Miedo. El MIEDO. No sé como se dirá en otras lenguas ni me interesa. Sólo sé que en la mía tiene género MASCULINO. Y por supuesto, no es gratuito. Los hombres (masculinos, machos…) somos sin duda los seres de la creación mejor dotados para el MIEDO. Y esto es así debido a que el mayor de los miedos es el miedo a lo desconocido y desde siempre, la mujer (hembra) ha constituído un inmenso misterio para el hombre, muchísimo más que a la inversa. Las mujeres acostumbran a hacer referencia a la simplicidad masculina. Nuestro lenguaje está plagado de referencias a esa simplicidad (“siempre piensan en lo mismo”…). El eterno femenino (que cantaba “La Mode” allá por los ochenta) es siempre el eterno desconocido. Lo femenino es misterioso, oscuro, cambiante, impredecible, inexorable, inexplicable. De ahí que en la tradición taoísta el símbolo del ying y el yang identifique este valor con el negro, la sombra máxima, la ausencia de luz. Y el blanco, como no podía ser menos, con lo masculino. Lo masculino parece ser siempre a lo largo de la historia referencia a lo simple, que en filosofía y teología no es otra cosa que el llamado DUALISMO. Las religiones monoteístas y la filosofía cartesiana han dividido el mundo en dos, lo han partido, lo han rajado, lo han hecho pedazos (dos pedazos tan solo, para ser exactos). Lo bueno y lo malo, lo masculino y lo femenino, la luz y la sombra, Dios y el Demonio, blanco y negro…
Tras esta división es cuando hace su aparición el MIEDO. Porque entra en escena EL OTRO. El miedo a uno mismo jamás podrá superar en intensidad al miedo al OTRO. La OTREDAD es el abismo máximo que conoce el miedo, la última frontera, el extremo, el punto álgido del terror. El otro provoca contracciones tales en el contador Geiger del pavor que la escala de Ritcher que se aplica en los terremotos registraría la mayor onda jamás conocida.
En nuestro entorno cultural cristiano occidental, el mito del pecado original refuerza y da forma de historia a ese miedo esencial al otro. Adán y Eva vivían en tal armonía que eran como un solo ser, hasta que EVA mordió la manzana y se vieron desnudos y claramente distintos, se dividieron en dos. Esa división es el pecado original, con el que todos cargamos desde que nacemos, al menos en occidente. El pecado siempre va acompañado de la CULPA, y la culpa siempre va acompañada del MIEDO. Y fue EVA quien provocó todo esto, fue esa raza misteriosa y oscura la que se decidió a dividir, la que expulsó de sí a un ser simple y prescindible. Hoy en día algunos científicos opinan que se podría dar un mundo sólo de mujeres. La genética ha dejado claro la superioridad y autosuficiencia de la mujer. Todo ello no hace más que acrecentar el miedo de los pobres hombres, raza débil e inútil donde las haya. En lo único que parecen destacar sin duda sobre la mujer es precisamente en su capacidad de aterrorizarse, amedrentarse, acojonarse y asustarse.
Para los hombres, las peores pesadillas nocturnas han sido siempre protagonizadas por hembras, súcubos, gorgonas, amazonas, tlaciques, Penanggalanas, masanis… todos ellos son nombres de seres demoníacos femeninos. El temor a la castración (uno de tantos que tenemos los machotes) se relaciona también con el concepto de VAGINA DENTATA, analizado detenidamente por Freud, así como el COMPLEJO DE EDIPO y otras muchas lindezas del incosciente colectivo que refuerzan nuestros malditos y omnipotentes miedos.
Y es que… ¿Cómo no vamos a tener miedo de un ser que nos expulsa al mundo sin previa consulta (como a un excremento, nos caga) y al que estamos condenados a amar? ¿A un ser que lleva una cárcel para niños en el estómago?. Cuando un hombre, presa de todos sus miedos y vicios muere tras una vida de excesos tóxicos, lo último que verá su retina en pleno delirium tremens será la gigantesca y terrorífica imagen de una ARAÑA, la madre castradora que lo ha llevado de la mano y con todo su amor a la tumba, bien envuelto e inmovilizado en sus telas, para que quede claro que aún muerto, lo seguirá protegiendo y nunca lo abandonará.